NUNCA ES TARDE:
la historia de la “Señora Coca”
A comienzos del siglo XXI, en una vieja escuela de provincia, donde todavía resonaban los ecos de tizas y cuadernos, residía una directora excepcional: Ana María; aunque todos la conocían como “la Señora Coca”, un apodo que reflejaba el cariño y el respeto que se había ganado con los años.
Su pasión por la docencia y su dedicación eran tan profundas que, aunque los años la invitaban al merecido descanso de la jubilación, su corazón se resistía a abandonar las aulas.
Un día, un nuevo desafío llegó a golpear las puertas de su oficina. El Ministerio de Educación, en su afán por modernizar los procesos, solicitó que todos los informes, desde las detalladas planificaciones de cada docente hasta las extensas planillas repletas de datos, fueran enviados en formato digital.
Para la Señora Coca, este pedido se alzó como una montaña imponente. La tecnología, con sus computadoras y programas misteriosos, le resultaba un territorio inexplorado. Se encontró en una encrucijada: ¿cómo enfrentar este reto cuando ni siquiera sabía encender una computadora?
Algunos directores, ante la misma situación, optaron por delegar. Las planificaciones recayeron en los docentes, las planillas en manos de terceros, a cambio de una retribución económica.
Pero la Señora Coca, una ferviente defensora de la innovación educativa, no iba a rendirse. Su historia había estado marcada por la innovación: aquella que había impulsado la introducción de la computación en su escuela primaria, eligió un camino diferente. Decidió liderar con el ejemplo. Decidió demostrar a sus docentes, y a sí misma, que la edad no es un límite para el aprendizaje.
Con determinación, buscó consejo entre sus profesores de computación. Le recomendaron tomar clases personalizadas con una joven (Claudia), quien ocasionalmente los reemplazaba.
En aquella llamada, la Señora Coca le explicó su necesidad y su honesta confesión de "no saber nada" de tecnología. La joven Claudia ganó el desafío.
Y así, la Señora Coca, con la humildad de un principiante y la valentía de una pionera, se sumergió en el mundo digital. Aprendió desde los cimientos, sin rendirse ante la frustración o el temor. Clase a clase, tecla a tecla, aprendió desde lo más básico. Pronto, estaba escribiendo documentos, explorando programas y transcribiendo ella misma todas las planificaciones.
Cada nuevo informe era una pequeña victoria, un grito silencioso de autonomía. Con cada tecla pulsada, con cada ventana abierta, la Señora Coca no solo dominaba la máquina, sino que también alimentaba su espíritu de superación.
Finalmente, tanto las planificaciones como las planillas, fueron digitales e impecables y cada documento fue impreso según lo requerido.
Fue la primera en mostrar a su equipo que la voluntad, la determinación y el esfuerzo son las llaves que abren cualquier puerta, incluso la de la tecnología.
Y esa joven profesora, fui yo. Tuve el inmenso privilegio de ser su guía en ese viaje digital, pero el mayor aprendizaje fue mío. La Señora Coca me enseñó, con su ejemplo luminoso, que nunca es tarde para aprender, para reinventarse, y para liberar el inmenso potencial que reside en cada uno de nosotros.
Su historia es un recordatorio poderoso
de que la tecnología no es un obstáculo,
sino una herramienta de empoderamiento al alcance de todos.
Nunca es tarde para aprender.
Nunca es tarde para empoderarte con la tecnología.
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